10/11/2001
Son seres curiosos. Tan curiosos como las truchas que a desovar acuden contracorriente o como el propio Copito que presume de ir contra las normas habituales de la fauna gorilera. Así son los antiyankees, tan contradictorios como inconsecuentes, tan insensatos como perdidos. Pero una gran diferencia les separa. Los primeros no pueden tomar propia decisión, los segundos sí.
Son precisamente éstas decisiones las que los hace diferentes porque dando por evidente el carácter racional de la raza humana es verdaderamente sorprendente la irracionalidad de sus razonamientos. De ahí su curiosidad.
Esopo, el enorme y sabio fabulista griego concluía en una de sus fábulas, “El hábito se impone al hombre y nadie puede renegar de su condición”. Ni calcado. El hábito que el hombre tiene de ponerse siempre del lado del más débil obstruye a la razón de los mediocres a posibilitar y valorar la aportación del poderoso, pues digo yo que alguna vez habrá que premiar al poderoso. Si el poderoso fuese siempre culpable y todo lo hiciese mal sería defectuoso y si fuese defectuoso, no les quepan dudas, no sería poderoso.
Bien. El caso es que los antiyankees se alían con Esopo y dejando entrever la falta de análisis y razonamiento que les caracteriza se dejan llevar siempre por el hábito y entran en continua contradicción.
Son seres que suelen estar satisfechos con su vida. Satisfacción que se pronuncia cuando observan la miseria allende fronteras en aquellos países donde la irrupción de la democracia, la industralización y el confort que proporciona el capital todavía se observa como una lejana utopía. Sin embargo, se desgañitan vociferando contra el buque insignia de aquellos que proporcionan ésta, su vida, la que les gusta más y a la que son incapaces de renunciar. Curioso, no?
Se quejan de consumismo en Occidente pero como se quejarían de aletargamiento en Oriente Medio o de espiritualismo en Oriente Lejano porque protestan de todo ya que, incapaces de crear nada, les molesta el enriquecimiento de los creativos; incapaces de liderar nada, les molesta que los lideren; pero sobre todo porque incapaces, por su nula aportación, de favorecer la evolución, se rebelan contra ella pero asentados en ella, esto es, critican al capital, a los métodos del capital, pero desde el confort que proporciona el capital. Ante todo este desaguisado de contradicciones se deduce por tanto que los antiyankees son ese tipo de personajes que dicen lo que no sienten, sienten lo que no quieren y quieren lo que no dicen.
Son tan curiosos estos antiyankees que nos quieren hacer creer, pero solo lo pretenden porque no lo consiguen, que suspiran por llevar a sus hijos a las mejores universidades de Siria, El Congo o Afganistán. A sus padres a los mejores hospitales de Jordania, el Chad o Somalia y, Dios nos libre, si en el gobierno estuviesen acudirían raudos y veloces ante cualquier necesidad de ayuda exterior, a las embajadas de Túnez, Ceilán o las Isla Fidji por aquello del amor a lo exótico. Porque esto último es verdad, les suelen gustar las flores, pero sobre todo si son cultivadas con tecnología agrícola judía o estadounidense que suelen conservarlas mejor.
Presumiendo de cultura culpan de todo lo que en el mundo sucede a los EEUU como validando la teoría de que sí una fuerza sobrenatural traspasase de repente el poder y la riqueza desde EEUU a La India o a Sudáfrica, los países del mundo se repartirían flores, se organizarían veladas internacionales de hermandad para cantar El Angelus y la madre Teresa de Calcuta aparecería como una mediocridad en medio de tanta buenaventura. Ignorancia.
No son capaces de entender que el ansia de poder no es exclusiva de EEUU ni de ningún país del globo. El ansía de poder es el hombre, como hombre, el que la lleva en su interior y así lo lleva demostrando desde las cunas de la civilización. ¿Culpamos también a EEUU del ansia de poder de Roma, Macedonia o los Persas? ¿Culpamos también a EEUU del ansia de poder de los españoles en las Indias? ¿de las colonizaciones inglesas y francesas?
Si los antiyankees fuesen coherentes deberían utilizar su furia contra El Creador por haber hecho al hombre como lo ha hecho pero culpar a los hombres de raza negra de llevar la piel negra, a los calvos de su falta de pelo o en el caso que nos ocupa al ciudadano norteamericano del ansia de poder del hombre me parecen conclusiones que solo pueden estar al alcance de seres especiales e irracionales.
Algo hay, es verdad, que me gusta de ellos. Es su absoluta convicción de que el dinero no hace el amor y que el amor está por encima del dinero. Estoy totalmente de acuerdo. Por eso aún amo más a EEUU. Porque gracias a que el amor ya lo tengo, agradezco, apoyo y aplaudo a aquellos que por su carácter emprendedor, por sus ansias de expansión y crecimiento, y por su afán de lucro y confort, posibilitan que yo pueda conocer, viajar, trabajar mejor, y disfrutar en fin de mi amor de la manera más agradable y placentera posible.
No puedo aplaudir sin embargo, aunque sí respetar, a aquellos que por religión, por raza o simplemente por carácter carecen de todo tipo de ambición y se aquilosan en el tiempo, pero ni aplaudo ni respeto, estos son los peores, a los anteyankees, espejo universal de la hipocresía y que como dicen en mi pueblo y creo que ya he argumentado bastante, ni fu ni fa sino todo lo contrario.
Paco Cañizares. 10/11/01
Son seres curiosos. Tan curiosos como las truchas que a desovar acuden contracorriente o como el propio Copito que presume de ir contra las normas habituales de la fauna gorilera. Así son los antiyankees, tan contradictorios como inconsecuentes, tan insensatos como perdidos. Pero una gran diferencia les separa. Los primeros no pueden tomar propia decisión, los segundos sí.
Son precisamente éstas decisiones las que los hace diferentes porque dando por evidente el carácter racional de la raza humana es verdaderamente sorprendente la irracionalidad de sus razonamientos. De ahí su curiosidad.
Esopo, el enorme y sabio fabulista griego concluía en una de sus fábulas, “El hábito se impone al hombre y nadie puede renegar de su condición”. Ni calcado. El hábito que el hombre tiene de ponerse siempre del lado del más débil obstruye a la razón de los mediocres a posibilitar y valorar la aportación del poderoso, pues digo yo que alguna vez habrá que premiar al poderoso. Si el poderoso fuese siempre culpable y todo lo hiciese mal sería defectuoso y si fuese defectuoso, no les quepan dudas, no sería poderoso.
Bien. El caso es que los antiyankees se alían con Esopo y dejando entrever la falta de análisis y razonamiento que les caracteriza se dejan llevar siempre por el hábito y entran en continua contradicción.
Son seres que suelen estar satisfechos con su vida. Satisfacción que se pronuncia cuando observan la miseria allende fronteras en aquellos países donde la irrupción de la democracia, la industralización y el confort que proporciona el capital todavía se observa como una lejana utopía. Sin embargo, se desgañitan vociferando contra el buque insignia de aquellos que proporcionan ésta, su vida, la que les gusta más y a la que son incapaces de renunciar. Curioso, no?
Se quejan de consumismo en Occidente pero como se quejarían de aletargamiento en Oriente Medio o de espiritualismo en Oriente Lejano porque protestan de todo ya que, incapaces de crear nada, les molesta el enriquecimiento de los creativos; incapaces de liderar nada, les molesta que los lideren; pero sobre todo porque incapaces, por su nula aportación, de favorecer la evolución, se rebelan contra ella pero asentados en ella, esto es, critican al capital, a los métodos del capital, pero desde el confort que proporciona el capital. Ante todo este desaguisado de contradicciones se deduce por tanto que los antiyankees son ese tipo de personajes que dicen lo que no sienten, sienten lo que no quieren y quieren lo que no dicen.
Son tan curiosos estos antiyankees que nos quieren hacer creer, pero solo lo pretenden porque no lo consiguen, que suspiran por llevar a sus hijos a las mejores universidades de Siria, El Congo o Afganistán. A sus padres a los mejores hospitales de Jordania, el Chad o Somalia y, Dios nos libre, si en el gobierno estuviesen acudirían raudos y veloces ante cualquier necesidad de ayuda exterior, a las embajadas de Túnez, Ceilán o las Isla Fidji por aquello del amor a lo exótico. Porque esto último es verdad, les suelen gustar las flores, pero sobre todo si son cultivadas con tecnología agrícola judía o estadounidense que suelen conservarlas mejor.
Presumiendo de cultura culpan de todo lo que en el mundo sucede a los EEUU como validando la teoría de que sí una fuerza sobrenatural traspasase de repente el poder y la riqueza desde EEUU a La India o a Sudáfrica, los países del mundo se repartirían flores, se organizarían veladas internacionales de hermandad para cantar El Angelus y la madre Teresa de Calcuta aparecería como una mediocridad en medio de tanta buenaventura. Ignorancia.
No son capaces de entender que el ansia de poder no es exclusiva de EEUU ni de ningún país del globo. El ansía de poder es el hombre, como hombre, el que la lleva en su interior y así lo lleva demostrando desde las cunas de la civilización. ¿Culpamos también a EEUU del ansia de poder de Roma, Macedonia o los Persas? ¿Culpamos también a EEUU del ansia de poder de los españoles en las Indias? ¿de las colonizaciones inglesas y francesas?
Si los antiyankees fuesen coherentes deberían utilizar su furia contra El Creador por haber hecho al hombre como lo ha hecho pero culpar a los hombres de raza negra de llevar la piel negra, a los calvos de su falta de pelo o en el caso que nos ocupa al ciudadano norteamericano del ansia de poder del hombre me parecen conclusiones que solo pueden estar al alcance de seres especiales e irracionales.
Algo hay, es verdad, que me gusta de ellos. Es su absoluta convicción de que el dinero no hace el amor y que el amor está por encima del dinero. Estoy totalmente de acuerdo. Por eso aún amo más a EEUU. Porque gracias a que el amor ya lo tengo, agradezco, apoyo y aplaudo a aquellos que por su carácter emprendedor, por sus ansias de expansión y crecimiento, y por su afán de lucro y confort, posibilitan que yo pueda conocer, viajar, trabajar mejor, y disfrutar en fin de mi amor de la manera más agradable y placentera posible.
No puedo aplaudir sin embargo, aunque sí respetar, a aquellos que por religión, por raza o simplemente por carácter carecen de todo tipo de ambición y se aquilosan en el tiempo, pero ni aplaudo ni respeto, estos son los peores, a los anteyankees, espejo universal de la hipocresía y que como dicen en mi pueblo y creo que ya he argumentado bastante, ni fu ni fa sino todo lo contrario.
Paco Cañizares. 10/11/01