
22/11/2001
Era viernes. Buen rato hacía ya que la noche invadía el cielo de Nueva York. Apresurada andaba Alice con su barra de labios entre semáforo y semáforo, claxones, ráfagas y frenazos. Su afición al arte le había jugado una mala pasada. Embebida en el Metropolitan se olvidó del reloj sin darse cuenta que tenía una cita para cenar. Apenas llegaba quince minutos tarde pero su sentido de la responsabilidad tomó la decisión de ni siquiera poner la radio para conducir más concentrada. Iba rápida. Sus amigas sin embargo tranquilamente la esperaban tomando un Martini mientras charlaban. Cuando por fin llegó, la más avispada del grupo soltó –“Tu pagarás la primera ronda después de cenar”. –“Uff, si solo es eso…” contestó. Rieron.
Era viernes. Anochecía en Kabul. Apenas el chirriar de una bicicleta rompía el silencio aterrador que envolvía la apagada ciudad. En las calles, callados, hombres, solo hombres. La mujer no existe. La mujer no está. Pero la mujer siente. Una tenue luz alumbraba la estancia. Temerosa, ante el espejo está Mawibz. Sus facciones son muy bellas pero sus ojos están tristes. Tiene con quién charlar pero a esas horas ya no puede. Sabe con quién le gustaría ir a cenar pero a ella no la dejan. De copas, ni hablamos. A diferencia de Alice, Mawibz no pone la música porque le está prohibido. No hay revistas, no hay lectura, no hay cine, no hay televisión. Da igual si es viernes, sábado o lunes. Resignada a su suerte Mawibz ve pasar los días, ve pasar su vida.
EEUU ha sido atacada. 6000 ciudadanos neoyorkinos libres han visto sesgada sus vidas de manos de aquellos que impiden al hombre la libertad y a la mujer vivir. EEUU reacciona. Busca aliados. Busca soluciones internacionales contra aquellos que usan el terror para, por la fuerza, imponer sus ideas. La reacción es decidida como jamás se había hecho antes. Con autoridad. Determinantemente. En apenas un mes el pueblo afgano pasa de la alienación a la libertad. La euforia en las calles es patente lo que demuestra la satisfacción por el cambio. En apenas un mes Mawibz puede sonreir. Ahora puede trabajar. Sus hermanas menores pueden ir a la escuela. Puede quitarse su burka, lucir su belleza, pintarse los labios, charlar, oir música, y …vivir.
Ahí están. Son ellos. Critican lo incriticable. Reprochan lo irreprochable. Luchan contra el sentido de la lógica y de la vida. Incansables, argumentan lo inargumentable. Infatigables, defienden lo indefendible. Su odio hacia el poder, su ceguera ante la aportación del capital y su infinito caudal de orgullo envilecido les hace inconfundibles. Son lo antiyankees. No importa que los afganos ahora sean libres. No importa que Mawibz vuelva a sonreir. Lo ha hecho EEUU por tanto está mal hecho. Son…irreductibles.
Era viernes. Buen rato hacía ya que la noche invadía el cielo de Nueva York. Apresurada andaba Alice con su barra de labios entre semáforo y semáforo, claxones, ráfagas y frenazos. Su afición al arte le había jugado una mala pasada. Embebida en el Metropolitan se olvidó del reloj sin darse cuenta que tenía una cita para cenar. Apenas llegaba quince minutos tarde pero su sentido de la responsabilidad tomó la decisión de ni siquiera poner la radio para conducir más concentrada. Iba rápida. Sus amigas sin embargo tranquilamente la esperaban tomando un Martini mientras charlaban. Cuando por fin llegó, la más avispada del grupo soltó –“Tu pagarás la primera ronda después de cenar”. –“Uff, si solo es eso…” contestó. Rieron.
Era viernes. Anochecía en Kabul. Apenas el chirriar de una bicicleta rompía el silencio aterrador que envolvía la apagada ciudad. En las calles, callados, hombres, solo hombres. La mujer no existe. La mujer no está. Pero la mujer siente. Una tenue luz alumbraba la estancia. Temerosa, ante el espejo está Mawibz. Sus facciones son muy bellas pero sus ojos están tristes. Tiene con quién charlar pero a esas horas ya no puede. Sabe con quién le gustaría ir a cenar pero a ella no la dejan. De copas, ni hablamos. A diferencia de Alice, Mawibz no pone la música porque le está prohibido. No hay revistas, no hay lectura, no hay cine, no hay televisión. Da igual si es viernes, sábado o lunes. Resignada a su suerte Mawibz ve pasar los días, ve pasar su vida.
EEUU ha sido atacada. 6000 ciudadanos neoyorkinos libres han visto sesgada sus vidas de manos de aquellos que impiden al hombre la libertad y a la mujer vivir. EEUU reacciona. Busca aliados. Busca soluciones internacionales contra aquellos que usan el terror para, por la fuerza, imponer sus ideas. La reacción es decidida como jamás se había hecho antes. Con autoridad. Determinantemente. En apenas un mes el pueblo afgano pasa de la alienación a la libertad. La euforia en las calles es patente lo que demuestra la satisfacción por el cambio. En apenas un mes Mawibz puede sonreir. Ahora puede trabajar. Sus hermanas menores pueden ir a la escuela. Puede quitarse su burka, lucir su belleza, pintarse los labios, charlar, oir música, y …vivir.
Ahí están. Son ellos. Critican lo incriticable. Reprochan lo irreprochable. Luchan contra el sentido de la lógica y de la vida. Incansables, argumentan lo inargumentable. Infatigables, defienden lo indefendible. Su odio hacia el poder, su ceguera ante la aportación del capital y su infinito caudal de orgullo envilecido les hace inconfundibles. Son lo antiyankees. No importa que los afganos ahora sean libres. No importa que Mawibz vuelva a sonreir. Lo ha hecho EEUU por tanto está mal hecho. Son…irreductibles.
22/11/2001